La violencia sólo genera más violencia y hace falta mucha voluntad y fortaleza para animarse a cortar el círculo vicioso que genera. Ésto es aplicable tanto al plano personal, como al social y global.
Dentro de muchas de las sociedades con pautas culturales machistas y retrógradas, donde la mujer es poco menos que un objeto, indefensa destinataria de la ignorancia y las frustraciones masculinas, este sistema perverso de retroalimentación de la violencia es más que evidente. Para romperlo es necesario comprender las profundas causas que lo generan, mucho más complejas quizás de lo que uno se imagina.
Transcribo a continuación un artículo en el que se muestra el caso particular de un hombre africano, quien, a consecuencia de la enorme culpa que debió afrontar por muchos años, encausó su arrepentimiento dentro de la militancia a favor de los derechos humanos.
Ciudadana Mónica
La cultura de la violencia
El estigma de la violación oprime a las africanas
Dumisani Rebombo no había sido circuncidado, hacía tareas hogareñas reservadas generalmente para las mujeres y estaba cansado de que se burlasen de él y le dijesen que eran un afeminado. Hizo entonces lo que en su pueblo se consideraba un acto muy viril: violó a una niña.
El tenía 15 años y la niña era menor que él. Veinte años después buscó a la mujer y le imploró que lo perdonase, algo bastante inusual en un país donde está muy arraigada la cultura de la violación sexual.
Rebombo aceptó relatar su historia a The Associated Press, coincidiendo con una conferencia en la que se presenta un informe según el cual más de una cuarta parte de los sudafricanos consultados admitieron haber violado a alguien.
Sudáfrica tiene uno de los índices de violaciones más altos del mundo. Los archivos policiales indican que en 2007 fueron violadas 36.000 mujeres, casi 100 por día y esa cifra puede quedarse corta, ya que muchas violaciones no son denunciadas.
Un «derecho». «La violación es considerada como un verdadero derecho por los hombres», afirmó Rachel Jewkes, la directora del estudio realizado por el respetado Consejo de Investigación Médica.
«Esta es la historia de muchos chicos, de muchos hombres», expresó Rebombo, quien tiene hoy 48 años, está divorciado y es padre de tres hijos.
Su experiencia refleja las profundas raíces culturales del problema en un país plagado de violencia y con un devastador legado emocional, social y económico de la segregación racial.
Cuando era adolescente, a Rebombo lo atormentaban por no ser «macho».
La circuncisión era considerada un momento clave en la vida de un menor, pero su padre casi muere cuando fue sometido a la intervención en condiciones poco sanitarias y juró que su hijo no padecería semejante abuso. Por ello, Rebombo era objeto de todo tipo de burlas. «Me decían que no era un hombre de verdad», relató, un individuo corpulento de hablar suave.
La única forma de demostrar que era bien hombre era violando a una mujer.
Otros muchachos lo presionaron para que le «diese una lección» a una niña que no quería salir con ellos. Decidió hacerlo un sábado y se preparó consumiendo cerveza y marihuana.
“No podía respirar. Nunca había tenido una relación sexual. Estaba asustado”, manifestó.
Otros muchachos llevaron a la niña a un terreno aislado y la dejaron con Rebombo y un amigo.
“El (el amigo) empezó a violarla. Ella se resistió. Yo miraba, mareado por todo lo que había tomado. El se paró y me dijo ahora te toca a ti”, relató Rebombo.
Cuando terminaron, “ella salió corriendo”, agregó. Afirmó que después de la violación, no se acordaba si había tenido una erección o no.
Con culpa y temeroso de que ella lo denunciase, trató de evitarla y un año después se mudó a otro pueblo.
En 1996 vivía en Johannesburgo y colaboraba con una organización religiosa que ayuda a mujeres con hijos que no tienen trabajo. Lo conmovieron las historias de mujeres que relataban los abusos y la violencia a que habían sido sometidas y comenzó a trabajar con organismos que trataban de poner fin a esa violencia.
“Eso me obligó a analizar mi propia situación. Sentí la necesidad de ubicarla y disculparme”, expresó.
Fue entonces a su viejo pueblo y la buscó.
«Le dije que lo que había hecho años atrás había estado muy mal y le pedí que me perdonase”.
Entre sollozos, ella le contó que había sido violada por otros dos hombres. Estaba casada y tenía hijos, y nunca le había dicho a nadie sobre las violaciones, pero a veces temblaba cuando su esposo la tocaba, le dijo la mujer.
De todos modos, aceptó la disculpa de Rebombo. “Tal vez puedas enseñarle a otros hombres que no deben hacer eso”.
Hoy Rebombo trabaja con la Fundación Olive Leaf, que ayuda a padres e hijos a hacer frente al sida, los abusos y la violencia sexual.
Numerosos expertos dicen que el alto índice de violaciones refleja la violencia, la represión, la pobreza y la degradación psicológica del régimen de segregación racial.
“El apartheid hizo de la violencia un instrumento de control y la violencia pasó a ser la norma”, expresó la militante de la causa de los derechos humanos Mbuyiselo Botha. “Los hombres se sentían castrados” y descargaban sus frustraciones y sus humillaciones entre los más débiles, las mujeres y los niños.
Pese a los progresos logrados desde que se derrotó al apartheid hace 15 años, las actitudes tradicionales que rebajan a la mujer siguen siendo perpetuadas por figuras públicas como el presidente Jacob Zuma, un polígamo que tiene tres esposas y que en 2006 fue acusado de violación tras mantener relaciones sexuales sin protección con la hija de un amigo de la familia que era portadora del HIV.
Zuma fue absuelto.
Etiquetas: apartheid, circuncisión, degradación psicológica, derechos de la mujer, derechos humanos, dignidad, Dumisani Rebombo, Jacob Zuma, Mbuyiselo Botha, Olive Leaf Fundation, pobreza, segregación racial, Sudáfrica, violación
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