‘Somos la tierra que habla y siente’
Silvia Carafa / La Capital
De palabra serena y mirada encendida, Leonardo Boff cautiva al interlocutor con una bonanza que, como mal rayo, sólo amenazan sus referencias a las injusticias. Para ambos casos hay razones. «Fui y soy franciscano», dice con respecto a su plácida presencia. También habla de un fuego interior como exigencia para los intelectuales, y entonces se entiende el inquietante mensaje de sus ojos. Teólogo, filósofo, profesor visitante en las universidades de Lisboa, Salamanca, Harvard, Basilea y Heidelberg y autor de más de sesenta obras traducidas a los principales idiomas del mundo, Boff visitó la ciudad para refrendar el Manifiesto Rosario por el Agua y recibir los títulos de doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario y Ciudadano Ilustre de Rosario.
Boff, uno de los fundadores de la Teoría de la Liberación es también doctor Honoris Causa en Política por la Universidad de Turín y en Teología por la Universidad de Lund. Recibió premios en Brasil y en otros países por su lucha a favor de los marginados y de los derechos humanos. También recibió en Estocolmo el Right Livelihood Award, conocido como el Nobel Alternativo. Tiene 71 años y vive en Jardim Araras, región campestre ecológica de Petrópolis, Brasil, desde que en 1992 renunció a sus actividades sacerdotales después de una segunda sanción de la jerarquía eclesiástica; la primera, a instancias del entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI.
«Cambio de trinchera para continuar en la lucha», dijo en ese momento para reafirmarse como teólogo de la liberación, escritor y conferencista. Además es asesor de movimientos sociales de cuño popular liberador, como el Movimiento de los Sin Tierra, las Comunidades Eclesiales de Base y organizaciones ecologistas.
—Habiendo pensado la vida desde tantos campos conceptuales, ¿cómo se presenta a sí mismo?
—Un poco en serio y un poco en broma digo que soy un subversivo cultural. Intento hablar de ecología, teología, ética, en un sentido de cambio; no repetir lo mismo, porque la situación de la naturaleza es tan grave que nos exige alternativas creativas, paradigmas nuevos. Subversivo entonces en el sentido bueno, de abrir caminos para que la vida encuentre su futuro y que la humanidad haga una paz perenne con la tierra con la que estamos en conflicto.
—¿Cuáles son los núcleos más duros que se deben subvertir?
—Un núcleo duro es tratar a la tierra y la naturaleza como un puro objeto. Una especie de baúl del que saco lo que necesito y por eso la maltrato, cuando sabemos, tanto por los pueblos originarios como por lo más avanzado de la ciencia, que la tierra es un súper organismo vivo que articula lo físico, lo químico y biológico. La visión entonces es la tierra como madre. Pero el núcleo más duro y difícil es que vivimos en el paradigma de la dominación. La dominación de personas, clases, países y naturaleza. Esa dominación ha destruido los equilibrios humanos y sociales, y contra ella hay que instaurar el paradigma del cuidado, una relación amorosa con la realidad, protectora. Hay que cuidar todo, la persona, la salud, los ecosistemas, el agua, el planeta entero.
—¿Cómo llega a esta concepción desde su histórica lucha por los llamados pecados sociales?
—En mi vida hay dos momentos que considero importantes. Primero, yo fui franciscano y lo soy; y San Francisco nos dejó esa herencia sagrada de considerar a todos los seres como hermanas y hermanos y tratarlos con mucho respeto. Y a partir de los años 80 me ocupé intensamente de las ciencias de la vida, de la tierra: física cuántica, astrofísica, cosmología, entre otras. Mi último libro, El Tao de la Liberación, que ganó un premio por su importancia en geociencia y cosmología, es un diálogo entre fe y ciencia. Esta visión nueva nos da cuenta de que todo es sistémico, en todos los puntos y movimientos. La tierra es un momento de un proceso inmenso de evolución, que se desarrolló hasta producir vida, que a su vez se desarrolló hasta producir vida consciente, humana. Todo es una unidad. Como decía el genial Atahualpa Yupanqui, nosotros somos la tierra que habla, la tierra que siente. Todas estas cosas me llevaron a mi visión, la más contemporánea, y a mi juicio la única que puede salvarnos de una gran catástrofe humanitaria y además ecológica.
—En su visión, además de reflexión y conciencia crítica, usted articula el placer, una celebración de la vida, incluso no deja de lado el humor.
—Sí. Creo que nosotros enviamos al exilio varias cosas, primero la tierra, después lo femenino que está en el hombre y la mujer, porque lo femenino tiene el cuidado, la sensibilidad. En tercer lugar enviamos al exilio a la espiritualidad, esto es no vivir sólo de valores materiales sino de acuerdo con la solidaridad, el amor, el cuidado. Esto no se rescata por la razón instrumental analítica, sino por la razón sensible, que es nuestra razón más profunda, porque somos mucho más pasión que razón. Ahí está el nicho de los valores, ahí nacen los valores, los sentimientos de pertenencia, de amor, de respeto. No hay que olvidar la razón analítica porque la necesitamos, pero completándola con la razón sensible que nos hace vibrar, amar, celebrar la tierra y la vida. Con los mamíferos, hace millones de años, emergió algo que no había en el universo: el cuidado, la protección de la crianza. El ser humano parte de eso. Lo más profundo de nosotros es el sentimiento, la emoción, la pasión y todo lo que cuenta en la vida son esas dimensiones.
—¿Entonces ese es el marco de su afirmación «la sociedad no vive sin utopías, sin un sueño de dignidad de respeto a todas las formas de vida y a la convivencia»?
—Una sociedad vive mientras tiene grandes ideales, sueños de utopías, si no se hunde en el pantano de los intereses y no tiene trascendencia. La utopía da fuerzas para buscar lo nuevo, lo alternativo, tienen la función de orientarnos, de dar sentido a la vida. Nos hace ver que no estamos condenados a vivir este tipo de vida, sino a completar la creación que Dios quiso imperfecta para que sea también nuestra. Y ahí además de la razón, para no engañarnos, necesitamos la pasión, grandes ideales, ideas fuerzas que hoy están en déficit porque el ideal es consumir y producir más y no tener más cercanía a los demás. Necesitamos sueños nuevos que puedan reencantar la vida.
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