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Compromiso

10 Ago

La princesa rebelde que hace frente al Mundo Árabe

Denuncia el estado de semiesclavitud que sufren las mujeres de su país

Reconocida activista social, Basmah bint Al-Saud tiene el poder de hacer que su voz sea escuchada, una posición insólita entre los millones de mujeres sauditas destinadas a vivir en silencio bajo el tradicional manto que las cubre de pies a cabeza. En los últimos meses, esta princesa árabe se levantó como una saudita rebelde que se enfrenta sin pudor a algunos de los tabúes más importantes en su país.

La princesa Basmah, que tiene cinco hijos y está divorciada de un príncipe, denuncia el estado de semiesclavitud que sufren las mujeres de su país, quienes, entre otras cosas, no pueden conducir autos, votar, hablar en público ni viajar al extranjero sin un varón que las «proteja». Las leyes sauditas se sustentan sobre una estricta interpretación de la «sharia» (o «Ley islámica»), que impone la segregación de sexos en espacios públicos. Allí, por ejemplo, hay sucursales bancarias sólo para mujeres.

«Basmah no es la típica princesa», reconoce la periodista y escritora saudita Maha Akeel. «Es famosa por su audacia, la admiro por lo que dice y por ser tan valiente como para enfrentarse a su familia… Creo que no le permiten regresar al país, donde también hay gente que está en su contra porque no quieren ningún cambio».

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8 Jun

#SomosAsí

Otros años, otras juventudes

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John Lennon

Los sueños se construyen

No me gusta comparar realidades actuales con las de épocas pasadas, por lo general evito caer en esa trampa, pero a veces no puedo evadirlo y me dejo llevar por las comparaciones. Quizás aprovechándome de mi lugar de privilegio como madre de dos adolescentes maravillosas de las que no tengo queja me dejo llevar por los recuerdos y caigo en la tentación, al verlas, de comparar sus gustos, sus intereses, su manera de pensar, con los que yo creo haber tenido cuando contaba más o menos sus mismos años. De más está decir que eran épocas muy distintas, la sociedad de aquellos años contaba con otras prioridades, y era muy diferente el camino que las generaciones más jóvenes tenían por delante (y por detrás).

Para acotar un poco lo que quiero decir, podría tomar como ejemplo el tema político. Allá lejos, por los años 70-80, por lo menos por aquí en America Latina, el sentido del compromiso social y político estaba a flor de piel y era elemento casi prioritario de todo joven que pretendía pararse frente a la vida. Algunos más otros menos, pero éramos muchos los que, a pesar de nuestros pocos años, le hacíamos destacado lugar a la solidaridad, al interés por la realidad que nos tocaba vivir y algunos, hasta por la militancia política.

En general y con distintas modalidades cada joven sabía los entretelones políticos del momento, se embanderaba quizás con algún partido con el que se sentía identificado, buscaba estar actualizado con los vaivenes de la vida nacional e internacional, se informaba, leía, buscaba desarrollarse intelectualmente.

Luego vinieron procesos de dictadura, persecuciones y desmembramientos sociales  que dejaron huella imborrable en nuestros países de este sur dolido y postergado. Fueron muchos los jóvenes que cayeron peleando por sus ideales y muchos, también los que eligieron el enfrentamiento violento para arribar a ellos. No voy a ahondar en describir el caos que sobrevino, las muertes que se generaron, el retroceso que nuestras sociedades sufrieron en aquellos momentos de terror. No es ése mi interés en este momento. Solamente me preocupa destacar aquí las consecuencias del vaciamiento intelectual de aquel período de dictadura y sus consecuencias en la pérdida de valores solidarios posteriores.

Los años 90 fueron, sobre todo, años de especulación y banalización de nuestras sociedades. Las recetas neoliberales fueron aplicadas en nuestros países a rajatabla, de la mano de funcionarios corruptos que terminaron de quebrar el poco interés que quedaba en pie en cuanto a la participación política y social y la militancia comprometida.

Junto con la especulación económica se fue sosteniendo una concepción individualista de la sociedad, alentada desde el poder y los medios informativos que contribuyeron a bastardear los valores de participación social de los años anteriores.

Lo que había sido antes alentado, catalogado de progresista y bien visto desde la anterior óptica juvenil fue ignorado y vilipendiado por las nuevas generaciones formadas en la banalización  ideológica y mediática que el capitalismo salvaje montó para entretener a la masa de una sociedad que buscaba renacer después de décadas de terror y violencia.

Nació así una juventud que desoyó aquello del compromiso con la realidad de los años anteriores y se limitó a intentar usufructuar los avances tecnológicos, la comodidad de una vida fácil y privilegiada que se vendía a través de los medios. Soñar y construir una nueva sociedad no estaba ya entre las banderas de las rebeldías juveniles. En aquellos años la meta era disfrutar aunque más no sea de quince minutos de fama, salir de pobre con el menor esfuerzo, entrar al privilegiado círculo de los elegidos y publicitados, encajar dentro de los cánones de belleza, riqueza y poder alentados desde la fatuidad de los discursos mediáticos y sobrevivir… como se pueda y sin que importen nada los principios, pero ascender… lo importante era el hoy y el ahora. El ayer se buscaba borrar de la memoria colectiva y el mañana apenas era un número en el  calendario de las cuentas por pagar.

Luego de aquellas décadas infames y desgastantes sobrevienen estos años de crisis mundial, terrorismo y calentamiento global, aumento de la pérdida de valores sociales, más decepciones, nuevos conflictos. La inseguridad acecha por doquier y el individualismo y el descreimiento siguen ocupando su trono destacado.

Hoy la generación de mis hijas quizás tenga más conciencia ecológica que nunca antes en la historia, más fácil acceso a la información, mayor conocimiento tecnológico, mayor diversidad de intereses (o no), pero lo que indudablemente noto en falta (salvo honrosas excepciones) es la capacidad de creer que los sueños de cambio social son la base para la real construcción de un mundo mejor, un mundo donde la solidaridad y la participación orgánica y comprometida se aplique en todos los rubros.

Activismo y militancia no son palabras que abunden hoy en la boca de nuestros chicos. Son quizás ítems que están disponibles para un mínimo círculo de raritos que despliegan su rebeldía en medio de un mar informe de jóvenes que se dejan llevar por la corriente y no se animan a despegar.

¿Es así o quizás sea sólo mi manera nostalgiosa de ver la realidad lo que me hace ser, hoy, algo escéptica en relación con la mayoría de nuestros jóvenes y su postura frente a la vida?

Escucho (o leo) otras interpretaciones.

Gracias y saludos a todos!

votar Ciudadana MónicaShare/Bookmark