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Rendición

1 Dic

Durante diez minutos, en mi descanso a media tarde, he estado escuchando a Valeriano Gómez -ministro de Trabajo- intentando justificar ante la Comisión del Pacto de Toledo, con ademán firme y cabeza gacha, la reforma del sistema de pensiones que contra el Estado del Bienestar llevará a efecto el Gobierno en las próximas semanas en su huida desesperada hacia ningún lugar, cautivo y desarmado por eso que llaman los mercados, actuando como replicantes sin alma, víctimas de una nueva invasión de los ladrones de cuerpos, adelantando el triunfo de una derecha que debe gozar hasta el orgasmo profundo contemplando cómo los otros hacen lo que ellos desearían hacer sin ni siquiera pedirlo y encima poder gritarles que lo hacen mal.

Diez minutos han sido suficientes para sentir horror, indignación y pena. Por hablar de la ciudadanía en términos meramente demográficos, por lamentarse de que somos muchos, por quejarse como acusica de colegio de que la gente vive más, que nos morimos tarde. Qué experiencia más dura presenciar la rendición de las ideas progresistas ante un puñado de tiranos especuladores sin rostro que han decidido divertirse un rato gobernando el mundo como siempre lo han hecho, pero con más desvergüenza.

Es tan raro ya escuchar otro discurso, alguien explicando que las cosas pueden y deben hacerse de otro modo que me asombro de haber podido presenciar varias de las intervenciones realizadas desde los grupos de izquierda. Sí, aún es posible. Todavía es posible la ilusión de los ingenuos.

Hubo un tiempo en que nuestro país tuvo las agallas suficientes para escribir un trozo glorioso de su historia reciente. Y no eran las cosas más fáciles, no, no lo eran. Eran muchísimo más crudas. Brutales. Millones de parados, un Estado por vertebrar, un muerto diario encima de la mesa, conspiraciones en los despachos y tiros en el Parlamento. Y -pese a todo- un proyecto, un afán, un objetivo, un camino. Inquebrantable camino el de los hombres buenos. Así se calman las fieras a las que hoy dan de comer. Hubo un tiempo en que Europa quiso ser Europa. Y no eran las cosas más fáciles. Eran imposibles. Las desigualdades enormes, más abismales que un agujero negro. Las diferencias, irreconciliables. Las culturas, contrapuestas. Y hubo un proyecto común, un rescate, un verdadero rescate solidario e innovador. El rescate a los débiles permitió subirles al tren del progreso, no echarles fuera de él.

Hoy no hay nada. Sólo rendición.